Madrid
Señores presidentes del Congreso de los Diputados y del Senado, señores ministros, señora presidenta de la Comunidad de Madrid, señora presidenta de la Comunidad de Castilla-La Mancha, señores ex presidente del Gobierno y demás consejeros de la Permanente y del Pleno de este Consejo de Estado, señora defensora del Pueblo en funciones, señores diputados y senadores de las Cortes Generales, señores eurodiputados, señores secretarios de Estado y subsecretarios, señores ex presidente del Tribunal Constitucional y ex ministros, altos cargos de la Administración General del Estado, de la Administración de Justicia, de las Comunidades Autónomas y de las Entidades Locales, señores letrados del Consejo de Estado y personal de la casa, señoras y señores.
Hace ahora doscientos años la Constitución de Cádiz acuñó, de manera inmejorable, la razón de ser del Consejo de Estado al afirmar que todos sus trabajos debían ser "conducentes al bien de la nación".
Con la inclusión del Consejo de Estado en nuestra primera Carta Magna, los constituyentes gaditanos pusieron de manifiesto su voluntad reformista, actualizando la forma y las funciones de una institución ya por entonces secular e íntimamente ligada al recorrido histórico de la nación española.
De ayer a hoy, los servicios, tan valiosos, que el Consejo de Estado ha prestado como guardián de la observancia de nuestro ordenamiento jurídico se siguen sustanciando, como ya afirmó la Constitución de 1812, en su necesaria participación "en los asuntos graves gubernativos"; también en la autonomía de unos consejeros que desarrollan su labor "sin mira particular ni interés privado".
Esa autonomía ha avalado, a lo largo del tiempo, la independencia y la objetividad del Consejo de Estado en la misión que, como "supremo órgano consultivo del Gobierno", le encomendó la Constitución de 1978.
Cercano ya el quinto centenario de su andadura, el Consejo de Estado no sólo es pieza capital en el código genético de nuestro constitucionalismo histórico. Es también, y ante todo, una institución cuyo prestigio no ha cambiado por más que cambiaran los Gobiernos, erigiéndose así en símbolo de la continuidad del Estado, presencia necesaria en la historia de España y uno de los más fieles reflejos de la misma.
Por todo ello, representa un honor presidir este acto de toma de posesión. No es la primera vez que tengo ocasión de hacerlo, pero sí es la primera que lo hago como presidente del Gobierno de España, y no puedo más que agradecer la presencia en esta sala de tantos perfiles de prestigio y de experiencia en nuestra vida pública; entre ellos, personalidades que han tenido las más altas responsabilidades de Gobierno.
Hoy agradecemos a don Francisco Rubio Llorente que en sus ocho años como presidente del Consejo de Estado haya sabido dar continuidad, con singular rigor, trabajo y solvencia, a la vocación de servicio que caracteriza a esta institución, aportándole lo mejor de su experiencia y erudición de hombre de leyes.
Por su gran acervo de saberes acumulados, esta casa ha logrado hacerse imprescindible para cualquier Gobierno y yo les puedo asegurar que para el Gobierno que presido el Consejo de Estado será, si cabe, todavía más irrenunciable, pues no me cabe duda de que don José Manuel Romay Beccaria, recién designado para ocupar su Presidencia, sabrá perpetuar la tradición de excelencia de esta institución.
Pocas personas como José Manuel Romay Beccaria sienten tanto esta casa como suya. Desde muy joven formó parte de ese cuerpo de Letrados del Consejo de Estado que ha constituido un excepcional semillero de talentos al servicio del país, y en tiempos no muy lejanos confirmó su condición de servidor público con una brillante ejecutoria en el cargo que, con todo merecimiento, ahora vuelve a ocupar.
José Manuel Romay Beccaria reúne, como hombre de diálogo, de consenso y de conciliación, un completo haz de cualidades que garantizan su éxito en la Presidencia. Creo que son cualidades que todos los que estamos aquí tenemos bien presentes, por haber sido suficientemente demostradas a lo largo de una trayectoria tan extensa como fecunda.
En lo intelectual, su altura como jurista de reconocido prestigio cobra mayor realce con el aval de una vasta cultura, y de una experiencia vital y laboral singularmente rica.
Hablo de su labor académica como docente universitario, pero también hablo de su desempeño como experto administrativista en una diversidad de puestos que siempre contribuyó a dignificar, sin importar su mayor o menor visibilidad pública.
Son muchos los españoles que recuerdan a José Manuel Romay Beccaria como uno de los mejores ministros de Sanidad que hemos tenido de la Transición a nuestros días. Eso es indudable, como también lo es que en cada una de sus responsabilidades políticas, ya fueran provinciales, autonómicas o de carácter estatal, el hoy presidente del Consejo de Estado dejó sobradas muestras de su buen hacer, de su mesura y de su lealtad institucional.
Por sus propias características, la institución que hoy nos acoge requiere de perfiles capaces de encarnar una instancia de moderación en la vida pública española. Y no me cabe la menor duda de que José Manuel Romay Beccaria, por su bagaje, sus conocimientos, su altura de miras y su espíritu de concordia, es poseedor de ese sentido de Estado requerido en el puesto que ahora ocupa.
Estimado Presidente,
Ni a mi Gobierno ni a mí nos cabe la menor duda de que vas a estar a la altura de la gran tarea que se te ha encomendado. Contamos contigo para que el Consejo de Estado siga siendo lo que todos hemos conocido: una institución modélica en su buen funcionamiento, un ejemplo de independencia en sus dictámenes y un punto de encuentro más allá de divisorias de ideología o de partido.
A ti, Presidente, y a tus ilustres consejeros y letrados, os deseamos que tengáis mucha suerte y mucho tesón, pues en esta Legislatura, indudablemente, lo que vais a tener es mucho trabajo y la asistencia que el Consejo de Estado presta al Ejecutivo va a ser más necesaria que nunca.
Señoras y señores consejeros,
He comenzado esta intervención aludiendo a los constituyentes gaditanos. En circunstancias de hondo dramatismo para la nación ellos cuajaron un proyecto reformista llamado a marcar un antes y un después en la historia de España. Su ejemplo debe servirnos hoy de estímulo y de guía para afrontar, con tanta valentía y determinación como equilibrio, los profundos cambios que necesita nuestro país en los tiempos de grave crisis que ahora atravesamos.
Son cambios que sólo pueden hacerse desde el espíritu de concordia que ha marcado los mejores momentos de nuestra convivencia reciente y que tuvo su más elevada cima en la Constitución de 1978.
El marco institucional en ella previsto nos da el margen y la fortaleza suficientes para implantar una agenda reformista que, a imagen de nuestra Carta Magna, busca servir a los españoles con idéntica voluntad de integración y concordia. Esta agenda reformista que encabeza mi Gobierno se asienta sobre un mandato inequívoco, el expresado en las urnas por los ciudadanos, prueba a su vez de la vitalidad y la salud de nuestra democracia.
En consonancia también con la voluntad de los españoles, las medidas formuladas en pro de la recuperación económica de nuestro país tienen, en su sentido más profundo, una doble orientación: por una parte, consolidar los logros del Estado del Bienestar; por otra parte, y al mismo tiempo, potenciar el ámbito de autonomía de las personas y erradicar las cortapisas externas a la libertad con que deben regir su destino, su vida y su vocación profesional.
Señoras y señores consejeros,
Yo espero mucho de la labor de este Alto Cuerpo en la etapa que ahora estamos iniciando. En ella, como se ha mencionado, tienen especial protagonismo y prioridad los problemas económicos y de consolidación fiscal que estamos abordando y continuamos desarrollando con espíritu reformista e innovador.
Las épocas de crisis son tiempos de sacrificios, pero también de búsqueda de oportunidades. Pues bien, yo, como Presidente del Gobierno, espero de ustedes ese asesoramiento fruto de su experiencia, prudencia y reflexión, así como de su conocimiento del Derecho. Mi deseo es que los dictámenes del Consejo nos ayuden a establecer y desarrollar un ordenamiento jurídico más claro, menos complejo, más comprensible y más estable.
El Consejo de Estado debe cooperar a simplificar, aclarar y depurar las normas vigentes para asegurar su mejor conocimiento y cumplimiento, teniendo siempre presente la observancia constitucional.
La Constitución Española decidió la configuración autonómica del Estado. Es este un paso original, decisivo y de gran calado que en modo alguno debe ser desandado. Yo mismo tengo muy presente que allí está el origen de mi vocación de servicio público. Tampoco debemos desandar el camino de nuestra inserción en la Unión Europea, que ha sido motor principal de algunas de nuestras modificaciones constitucionales. Ambas circunstancias juntas invitan, más en tiempos de crisis, a repensar y evaluar la estructuración más adecuada de los poderes públicos.
En el momento en que vivimos, de búsqueda de mayor eficacia en las instituciones administrativas a todos los niveles, será preciso arbitrar fórmulas más eficientes de coordinación y reparto de competencias, de eliminación de duplicidades innecesarias y de solapamientos indeseables, con supresión, incluso, de entidades y organismos que no resistan una prueba objetiva de utilidad o cuyo coste resulte desproporcionado para los ciudadanos.
Ésta es, sin duda, una tarea delicada y que requiere conocimiento de la realidad e intuición de la evolución futura, viable y deseable, de nuestras estructuras e instituciones públicas. Para el estudio y articulación jurídica de estos asuntos cuento de antemano con la experiencia y saber acumulado en el Consejo de Estado y en el Centro de Estudios Políticos y Constitucionales.
Señoras y señores consejeros,
Permítanme ir concluyendo ya. En este acto de toma de posesión del nuevo Presidente del Consejo de Estado quiero reiterar mi respeto y mi agradecimiento a este Alto Cuerpo. Y quiero también comprometerme a consultar a una institución que, año tras año y dictamen tras dictamen, ha logrado tener una privilegiada reputación de autoridad en nuestra arquitectura institucional. En estos tiempos de cambios y reformas, de responsabilidad y sentido de Estado, yo sólo puedo esperar que, con el concurso de todos ustedes, esa autoridad se mantenga y acreciente. Y no me cabe ninguna duda de que así será.
Muchísimas gracias.