Intervención del presidente del Gobierno en el acto por el 20º aniversario de la Ley Integral contra la Violencia de Género

10.2.2025

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Madrid

Buenos días, querida presidenta del Congreso, vicepresidenta, ministros, ministras, presidenta del Consejo de Estado, presidente José Luis Rodríguez Zapatero, secretaria de Estado de Igualdad, resto de autoridades, señoras y señores.

Margarita, Lorena, Fátima, Leonor. Antes se ha dicho, pero yo quiero también evocarlo. Detrás de estos nombres, hay una historia de violencia y de maltrato, la más terrible y la más siniestra. Detrás de estos nombres hay vidas arrebatadas y un dolor muy difícil de imaginar.

48 han sido las mujeres asesinadas en 2024. La cifra ya de por sí estremece, incluso aunque sea la más baja desde que hay registros. Y estremece porque ya con una sería demasiado. Estremece porque la violencia no cesa, porque no siempre llegamos a tiempo y no siempre conseguimos evitar el desenlace más trágico.

Ayer conocimos el terrible asesinato en Benalmádena de una mujer a manos de su pareja sentimental y en presencia de sus hijos, cuatro hijos huérfanos que tendrán que aprender a vivir sin su madre, como otros muchos, como los de Karilenia, hace unos días asesinada también en Langreo, como lo hizo Raquel, la hija de Ana Orantes, que hoy nos acompaña. Raquel, el presidente José Luis Rodríguez Zapatero ha contado en más de una ocasión que la Ley Integral contra la Violencia de Género, cuyo 20 aniversario nos reúne hoy, debe mucho a la memoria de tu madre.

Y me he acordado, nos hemos acordado, yo creo que muchos en muchas ocasiones, de aquella entrevista y siempre llegamos, yo particularmente también, a la misma conclusión. Y es que tu madre nos estaba pidiendo al conjunto de la sociedad auxilio, porque sabía cómo podía terminar aquello. Y aquel país entonces no fue capaz de responder. Pero España despertó y finalmente lo hizo. Y lo hizo sacando adelante una ley que lleva a tu madre, sin duda alguna, en su letra y en su espíritu.

Hoy, por tanto, reconocemos a muchas y a muchos de los que la hicieron posible con legítimo orgullo, pero también con un sentimiento de indignación ante una infamia que no cesa. Porque, señoras y señores, hablar de violencia de género es hablar siempre con dolor, con tristeza. Y yo diría también que hasta incluso con rabia. Pero hoy también quiero invocar la palabra que aquí se ha cantado y es la de la esperanza. Porque, si hoy podemos hacerlo, es gracias a un inmenso legado, el de quienes desde hace tanto tiempo luchan por el derecho a la igualdad de las mujeres.

Hoy conmemoramos que hace 20 años el Gobierno de José Luis Rodríguez Zapatero impuso la aprobación de la Ley contra la Violencia de Género, una ley que, digámoslo alto y claro, ha salvado vidas, muchas vidas. Y gracias a esta ley, muchas mujeres hoy pueden abrazar a sus familiares, a sus amigas y a sus amigos, a sus hijos y a sus hijas, y pueden verlos crecer porque siguen vivas. Aquella ley, querido José Luis, lo cambió todo. Y tanto sería, José Luis, que si en los cuatro años que duró esa legislatura solamente se hubiera aprobado esa ley, ya hubiera merecido la pena esa legislatura.

Así que gracias por hacerlo posible, por liderarlo, por el compromiso, por la valentía y por la firmeza necesaria para decir basta, para decir que España no volvería a apartar su mirada nunca más. Gracias a todas y a todos los hombres y las mujeres que empujaron desde todos los movimientos. También, y particularmente, el movimiento feminista, para que este grito de igualdad y justicia llegara al Boletín Oficial del Estado.

Recuerdo perfectamente esa foto en la escalinata del Congreso de los Diputados y diputadas con una vicepresidenta del Gobierno que hoy no nos acompaña, pero que sin duda alguna está en nuestros corazones y también en nuestra mente, como es María Teresa Fernández de la Vega. Y gracias a los diputados y a las diputadas que votaron, que votasteis, por unanimidad esta ley, porque mandaron un mensaje contundente a toda España, y es que estábamos juntos y juntas en esto. Y ese mensaje se escuchó no solamente en España, sino también en Europa y en el mundo entero. España abría camino con la Primera Ley Integral contra la Violencia de Género en nuestro continente. Aquel 28 de diciembre de 2004 nuestro país hizo historia de la buena y un mes más tarde, con la entrada en vigor de la ley, comenzamos a escribirla.

La ley, como saben, como sabéis, si me permitís que perseguía tres grandes objetivos que en su momento parecían inalcanzables. El primero de ellos es que se reconociera algo fundamental, elemental, y es que nos enfrentamos a una violencia estructural anclada al machismo. A lo largo de su vida esta es una cifra que simplemente estremece el poder enunciarla, pero es la realidad que viven las mujeres en nuestro país: una de cada dos mujeres en España sufre algún tipo de violencia solo por el hecho de serlo. Una de cada dos. Y en los últimos 22 años, 1.294 mujeres han sido asesinadas, dejando cientos de niñas y de niños huérfanos. Solo el año pasado 36 menores.

El machismo, lo hemos dicho en muchas ocasiones, no entiende ni de edad ni de condición social, no entiende de religión, no entiende de oficios. Se reproduce en todos los ámbitos, en el entorno laboral, también en los medios de comunicación, en la cultura, en las propias instituciones y por supuesto también en las familias. Porque el machismo no se encuentra solo en un callejón oscuro de madrugada, también está presente entre las paredes de un dormitorio a plena luz del día en el trabajo y, por desgracia, hasta en los algoritmos que alimentan la inteligencia artificial plagada de sesgos. Si no, hagan ustedes una prueba. El segundo gran objetivo de esa ley era sacar la violencia de género del ámbito privado, romper con el silencio para que cambiase la vergüenza de bando. No hace tanto tiempo que a esta violencia se la encasilla entre los delitos de honor. Valiente honor. Las mujeres que la padecían llevaban consigo una doble condena, que era la de sufrir y callar, porque hablar suponía represalias de sus parejas, de los hombres, de su entorno, de sus jefes, incluso de desconocidos. Por eso levantaron alrededor de ellas muros de silencio, muros que vinimos a derribar, como prueban los dos millones y medio de denuncias por violencia de género registradas desde hace 15 años y con cerca de medio millón de llamadas al 016 desde su puesta en marcha allá por el año 2007.

La respuesta que hoy damos a las mujeres que rompen el silencio cuando lo deciden, cuando están preparadas para ello, es que tienen de su lado no solo a esta ley, sino otras que siguen su estela en estas décadas, como la Ley de igualdad real y efectiva entre hombres y mujeres, la Ley de Libertad Sexual y recientemente la Ley de paridad aprobada en esta legislatura. Pero si hay un silencio que aún debemos romper, hoy, particularmente, es el de los hombres. Un silencio que cubre las manifestaciones más sutiles del machismo, pero también las más extremas.

La pregunta sería, ¿bajo cuántos silencios se mantuvo durante años la violación continuada a Gisèlle Pelicot?, ¿cuántos hombres supieron y callaron?, ¿cuántos pudieron alzar la voz y no lo hicieron? En todas partes este silencio debe terminar, porque hoy sigue siendo un silencio atronador.

El tercer objetivo de la ley lo alcanzamos implicando a todas las administraciones, al sistema judicial, y a la sociedad civil en un mismo frente contra la involución democrática que esta violencia representaba y representa (y hablo en presente).

La entidad de este desafío lo exigía entonces -aquí se ha dicho- y lo exige hoy, porque hablamos de una cuestión de derechos humanos. Y porque cada mujer asesinada, cada mujer que sufre violencia es una derrota de la democracia.

Y con esa vocación pusimos todas las herramientas del Estado de Derecho para erradicarla. Creamos mecanismos de alerta y protección, como el sistema VioGen; creamos juzgados específicos, creamos sistemas de formación especializada para policías y fiscales. Formación que, si me lo permiten, no le vendría mal revisar a algunos operadores del derecho. Porque es ahí donde menos sesgos machistas deberían existir. Hay interrogatorios que no despejan dudas, las aumentan; que no mitigan el dolor, lo hacen más profundo. Por tanto, no permitamos que una mala praxis, o la falta de empatía lleven a una sola mujer a preguntarse si merece la pena la denuncia.

En estos años hemos alcanzado grandes hitos, como el Pacto de Estado de 2017. Carmen Calvo estaba junto conmigo en esas fechas haciendo un trabajo desde la oposición y, posteriormente, desde el Gobierno. Ese gran acuerdo sirvió para consolidar el compromiso de la ciudadanía con una estrategia basada en las tres 'pes': Prevención, Protección a las víctimas y Persecución de los maltratadores.

Entonces fuimos, de nuevo, todos a una. Por desgracia, un consenso tan amplio hoy no parece posible. También aquí arrecia, como en otros muchos ámbitos de la vida pública y social, el negacionismo de la ultraderecha. Hoy, además, cuenta con importantes tribunas de poder desde las que se dedican a infligir más dolor a las víctimas e infundir miedo a golpe de mentiras, como por ejemplo cuando hablan de las denuncias falsas.

El mecanismo es muy burdo, pero es eficaz. Después de viralizarse en redes, sus bulos inundan los teléfonos de nuestros hijos. Son voces que justifican que se insulte o que se acose a una mujer si no se somete a un ofrecimiento sexual. Voces que 5 asocian el éxito personal y profesional con una idea frágil, o tóxica, de la masculinidad. Voces que llevan a muchos jóvenes a basar su identidad en la absurda idea del sometimiento de la mujer al hombre. Una idea tan antigua como terrible que, por si fuera poco, venden bajo un halo de modernidad.

Pero no hay nostalgia que pueda edulcorar ese mundo de ayer que ya no existe, porque quienes lo vieron y lo vivieron lo saben porque lucharon para cambiarlo. Es la historia de miles de mujeres en nuestro país. La historia de miles de abuelas y de bisabuelas de los jóvenes de hoy. Una generación a la que la ultraderecha pretende seducir con un burdo y violento anacronismo.

Por desgracia, no están solos. Forman parte de un movimiento internacional mucho más amplio que no duda en sacar la motosierra con los derechos de las mujeres. Ahí dejan de ser ultraliberales para ejercer el peor de los intervencionismos. El que limita el derecho a decidir de una mujer sobre su propio cuerpo. El que cuestiona la existencia misma de departamentos de igualdad. El que persigue con la censura de libros o también de obras de teatro. El que quiere arrancar de raíz la inmensa dignidad del movimiento feminista. Intervencionistas hasta con el vocabulario, porque manipulan el vocabulario, el lenguaje, hasta el punto de llamar violencia intrafamiliar o doméstica a lo que solo tiene un nombre y es violencia de género. Violencia de género.

Por tanto, no buscan hacer retroceder el reloj 20 años, quieren llevarnos medio siglo atrás, como poco. Pero desde aquí, desde esta tribuna y desde otras muchas, les diremos que no podrán, porque los demócratas somos más. Las mujeres y los hombres orgullosamente feministas somos muchos más. Y los españoles y las españolas que creemos en un futuro libre de violencias somos muchos más. Somos muchos más. Tantos como para hacer de nuestro país un auténtico referente.

Así es como se ve a España desde fuera, os lo garantizo. Por eso nuestras leyes y nuestro modelo es fuente de inspiración en muchos otros países. Y lo es por una sencilla razón porque es el mejor sistema del mundo.

Esta es la mejor España. Un país que aprendió la democracia sin manual de instrucciones de las cenizas de una dictadura forjada sobre la violencia, la represión y la desigualdad, fundamentalmente de las mujeres, como aquí también se ha cantado. Hemos llegado más lejos que nadie en la mitad de tiempo, no ya para estar a la altura del resto, sino para estar en primera línea como un auténtico referente de igualdad.

Que el orgullo por todo lo logrado no nos haga olvidar lo que queda por hacer, que es una inmensidad. Por eso trabajamos ya en la renovación del Pacto de Estado contra la violencia de género. Lo está haciendo la ministra Ana Redondo en primera persona, junto con también la secretaria de Estado, Aina Calvo. Son 400 nuevas medidas destinadas a proteger a los menores víctimas de la violencia vicaria, a combatir la violencia económica y también la violencia digital y a luchar contra la violencia sexual, la trata de mujeres y de niñas con fines de explotación o los matrimonios forzados.

No les quepa duda. No os quepa duda. Vamos a trabajar sin descanso para que ese Pacto de Estado, esa renovación del Pacto de Estado contra la violencia de género salga adelante. Porque es justo, porque es imprescindible y porque, además, para este Gobierno, y creo que también para el conjunto de las Cortes Generales, al menos una amplísima mayoría, es absolutamente prioritario.

Termino. Hace 20 años, España dio un paso de gigante para erradicar esta violencia estructural. Y lo hizo, como decía, con la esperanza por bandera. La que hemos sido capaces de infundir a miles de mujeres que ahora sí saben que de la violencia se sale. Como Ana, como Antonia, como Carmen, como Rosalía. Detrás de estos nombres no hay víctimas, hay supervivientes. Ellas rompieron el silencio y fue posible gracias a un país que les dijo: no estáis solas. Nunca más volveréis a estarlo.

Así que por la memoria de quienes no están con nosotros y nosotras, por las que sobrevivieron y por las que hoy sufren esa violencia criminal, luchemos hasta el último aliento por esta causa. Ni una más, ni una menos.

Gracias.

(Transcripción editada por la Secretaría de Estado de Comunicación)