Casa del Lector. Matadero Madrid, Madrid
INTERVENCIÓN DEL PRESIDENTE DEL GOBIERNO, PEDRO SÁNCHEZ
Muchas gracias y buenos días a todos y a todas; ministros, ministra, secretarios de Estado, secretaria general de la Fundación Hermes, señoras y señores.
Sobre todo, muchas gracias a Natividad, a Alicia y a Juan por vuestros testimonios: creo que si el Gobierno de España ya estaba convencido de la necesidad de actuar, después de escucharos, lo estamos aún más. Y vamos evidentemente a dar pasos en el sentido que habéis indicado. Porque, evidentemente, no podemos permitir que que el espacio digital se convierta en el salvaje oeste, que se insulte, que se amenace, que se estafe, que se abuse de las personas, sin ningún tipo de consecuencia, como es el caso.
Yo creo que esta situación nos obliga a hacernos a todos la siguiente reflexión: ¿por qué aceptamos como normal en el mundo digital lo que jamás permitiríamos en el mundo físico? ¿Por qué no aplicamos las mismas normas, las mismas leyes, los mismos derechos, los mismos deberes, las mismas obligaciones? Antes lo señalaba de otra manera el ministro Óscar López, pero nadie aceptaría que un avión despegara sin cumplir con los más estrictos estándares de seguridad o que un medicamento pudiera venderse sin antes someterse a las pruebas rigurosas. Sin embargo, hemos dejado, inexplicablemente, que los productos y los servicios digitales salgan al mercado sin controlar sus riesgos y sin saber cuáles son los potenciales daños.
Creo que la fe en la tecnología y en sus promesas nos ha cegado ante sus peores consecuencias. Y por eso el Observatorio de Derechos Digitales que hoy lanzamos desde Red.es, con el respaldo de 48 empresas, instituciones, fundaciones y también universidades, con especial apoyo de la Fundación Hermes, nace con esa vocación: que los derechos y las libertades que defendemos en nuestra vida diaria lleguen al mundo digital y que los protejamos con el mismo rigor y con la misma vehemencia. Que prevengamos, que combatamos, que erradiquemos de una vez por todas la manipulación, el mal uso de los entornos digitales, para que testimonios como los que hemos escuchado dejen de ser la norma para que pasen a ser la excepción.
Yo soy consciente -creo que todos somos conscientes- de la entidad del problema al que nos enfrentamos, especialmente cuando hablamos de las redes sociales.
Y quiero, además, compartir con ustedes una reflexión en este sentido, porque en estos momentos todos -yo creo que las administraciones, los medios de comunicación, la propia ciudadanía- confiamos con sinceridad en las virtudes y en que las redes servirían para transformar el mundo a mejor. Lo hicimos. Confiamos en que darían voz a quienes no la tenían -de hecho, lo han hecho-, confiamos en que nos ayudarían a aprender, a crear, hablar sin restricciones en un mundo más integrado y cohesionado. Y hasta cierto punto, reconozcámoslo, fue así.
En primer lugar, la revolución digital transformó nuestras vidas, las ha transformado de hecho, nuestra forma de trabajar, de vivir o incluso de amar. Para muchos adolescentes y no tan adolescentes, las redes sociales son un espacio de conexión, un refugio en momentos difíciles y también para la mitad de los jóvenes las aplicaciones de citas son el lugar donde comienzan las relaciones sentimentales.
En segundo lugar, la digitalización le ha dado la vuelta de arriba abajo a nuestras economías, que irremediablemente son cada vez más dependientes unas de otras.
Y prácticamente no hay una actividad profesional hoy en día que no esté atravesada de una u otra forma por su dimensión digital. Cada euro invertido en el sector tecnológico ha generado casi tres euros en crecimiento económico.
Y, por último, el mundo digital también ha transformado el espacio físico y, por supuesto, la forma de participar en la política. Las redes sociales han roto las barreras de los medios tradicionales, han permitido que más gente, más voces, se sientan partícipes de movimientos transformadores desde el punto de vista colectivo -pensemos, por ejemplo, en el movimiento MeToo o también en el Fridays for Future-. No solo surgieron en las redes sociales, sino que a través de ellas lograron movilizar a millones y millones de personas por causas justas. Contribuyeron, en definitiva, a transformar el debate público, a poner sobre la mesa y visibilizar problemas que los medios de comunicación tradicionales o el establishment político, de una u otra manera, permanecían absolutamente invisibilizados.
Bueno, hasta aquí lo bueno, que no es poco, reconozcámoslo. Pero también sabemos que bajo el aura del milagro económico, social y cultural hay ocultas muchas miserias. ¿Son más plenas nuestras vidas, como nos prometió la revolución digital? ¿Son más igualitarias nuestras economías? ¿Tenemos las sociedades más cohesionadas? Yo creo que la respuesta es obvia y, por tanto, la pregunta que tenemos que hacernos es ¿y por qué es así? Pues porque el algoritmo no reparte oportunidades, porque las grandes plataformas tecnológicas no son neutrales y porque la mentira viaja en ellas mucho más rápido que la verdad. La inmediatez del clic ha hecho que se reduzca la complejidad de la información y el debate público a 280 caracteres. La obsesión por el like distorsiona la realidad, empobrece el debate público y -lo más preocupante- nos empuja a elegir un bando.
Las redes sociales son hoy auténticos campos de batalla donde no se discute; lo que se hace es atacar; no se argumenta, se descalifica; y no se busca entender ni comprender, sino imponer. Y no hay nada malo en ser ingenioso o breve. Pero cuando alguien vocifera o simplemente se escuchan sus gritos, los gritos importan más que lo que se dice; los gritos sustituyen las palabras. Y la principal consecuencia de todo ello es que con mucha frecuencia, por desgracia, lo que se viraliza en las redes sociales no es la verdad, sino la mentira.
Cada día nuestros muros se llenan de datos falsos, de imágenes modificadas, de fake news que distorsionan nuestra propia percepción de la realidad. No hace falta que nos vayamos muy lejos. Sucedió durante la DANA en Valencia el pasado 29 de octubre: miles de bots trataron de multiplicar el daño propagando bulos, muchos de ellos estafas. Y la pregunta es ¿qué otra cosa se buscaba si no era desmoralizar a la sociedad o sacar partido del dolor a costa de las víctimas de la DANA?
Por tanto, lo que quiero decir con esto es que lo que sucede en las redes, lo que sucede en el mundo digital, por supuesto que tiene consecuencias en la vida real. Lo hemos visto aquí hoy con los testimonios que hemos escuchado. Y, por supuesto, los delitos digitales ya representan, si miramos los datos, un quinto de todos los delitos penales, uno de cada cuatro jóvenes recibe solicitudes no deseadas de contenido sexual y los delitos de odio online han crecido un 32% en este último año.
Creímos, ingenuos de nosotros, que las plataformas ayudarían a nivelar el campo de juego, pero han hecho justo lo contrario. Han hecho ese campo de juego mucho más injusto, porque un tercio -nada más y nada menos que un tercio- de los perfiles en redes sociales, son bots que generan casi la mitad del tráfico en Internet. Las búsquedas, los contenidos, las noticias que consumimos están absolutamente sesgados y por tanto, la viralidad cotiza muy por encima de la verdad.
Y la reflexión que tenemos que hacernos es que esto no es fruto del azar, es un plan diseñado, es un plan planeado, sistemáticamente elegido y pensado. Primero por potencias extranjeras como Rusia, que busca debilitar nuestra convivencia, nuestras instituciones democráticas. Pero no solamente por potencias extranjeras como Rusia; también hay fuerzas antisistema que buscan generar el caos, la desafección en nuestras sociedades, ya sea para alcanzar el poder o para aprovecharse de los más vulnerables.
Y ahora, desgraciadamente, hemos visto una élite de millonarios -bueno millonarios, de billonarios- que no pagan impuestos; para quienes no basta con tener más dinero que 150 países juntos. Quieren también el poder político, el poder político y democrático. Lo que quieren es sentarse directamente en los consejos de ministros, sin caretas ni mediadores. Controlar nuestras leyes, nuestras vidas. Condicionar con ello lo que vamos a pensar y lo que vemos, incluso nuestra memoria como sociedad, si es preciso fomentando el autoritarismo y el odio, como estamos viendo, no muy lejos de aquí, en procesos electorales que van a tener en Europa un impacto importante en las próximas semanas.
Pero que nadie se engañe. Su principal motivación para controlar ese poder democrático no es otro que el dinero. Todo por la pasta. Todo siempre ha sido por la pasta. Asistimos, por tanto, a una carrera tecnológica despiadada donde se combina la tecnocasta y potencias autoritarias que libran una batalla sin reglas ni principios en el mundo digital y que tienen un impacto en la vida real.
La nueva inteligencia artificial desarrollada por una empresa china ha eliminado toda referencia a cualquier elemento de oposición a su gobierno. Al mismo tiempo, la principal empresa de inteligencia artificial estadounidense pone en duda la victoria de Biden en las anteriores elecciones cuando se le pregunta. Y el proveedor más famoso de geolocalización está a punto de hacer desaparecer el Golfo de México de sus mapas para congraciarse con el poder. Tecnología al servicio del poder y de la ideología. Quieren que la inteligencia sea eso, inteligencia sin disidencia.
Por eso, señoras y señores, ante esta realidad tenemos que rebelarnos y poner encima de la mesa una alternativa, porque la hay. Hay una alternativa. Y desde el Gobierno, desde España, que es una sociedad profundamente democrática, que ha sufrido en sus carnes, en nuestra historia, las consecuencias del autoritarismo y la autarquía, estamos dispuestos a impulsarla en Europa, que es nuestro entorno, nuestro contexto político, social, económico y democrático.
Frente a los que promueven la desregulación absoluta para la tecnocasta, frente a aquellos que pretenden hacer de la tecnología una herramienta más de la censura, creo que Europa debe consolidar un modelo de desarrollo tecnológico que contribuya al crecimiento económico desde el pleno respeto a los derechos digitales de la ciudadanía. Por tanto, una digitalización humana y humanista.
Debemos transformar el entorno digital en un bien público para los ciudadanos. Y solo podemos hacerlo promoviendo una regulación que proteja a los ciudadanos e impulsando un desarrollo de una tecnología europea que sí respete nuestros valores. Que, por cierto, son los valores de los derechos humanos de la Carta de las Naciones Unidas.
Respecto al primer ámbito, el regulatorio, hace unos días en el Foro Económico Mundial de Davos, tres medidas puse encima de la mesa con implicaciones europeas destinadas a proteger a la ciudadanía y retomar el control de las plataformas. Y algunas se han hecho aquí eco por parte de los intervinientes.
En primer lugar, debemos acabar con el anonimato que envenena las redes sociales. Tenemos que acabar con el anonimato. Nadie va por la calle sin su DNI o con una careta. No conducimos coches sin las placas. Por tanto, no podemos permitir que las personas actúen con absoluta impunidad en las redes sociales ocultas tras una máscara. De la misma forma que no es posible, como he dicho, conducir un coche sin matrícula o subirse a un avión sin identificarse, no podemos consentir que quienes acusan o acosan a otros ciudadanos y ciudadanas propaguen mentiras, esparzan el odio y lo hagan además impunemente. El anonimato no puede ser una excusa para la impunidad. Por tanto, la primera propuesta es la de terminar con el anonimato.
La segunda. Debemos ir más allá a la hora de defender los derechos digitales de la ciudadanía. Y tenemos que profundizar en la transparencia de los algoritmos. Hay que obligar a las plataformas a que compartan la información necesaria para su supervisión. Estamos viendo cómo estas grandes tecnológicas, esta tecnocasta está eliminando todos los elementos de moderación que antes se comentaban de los contenidos y, por tanto, de la lucha contra la desinformación, que evidentemente no puede ser opcional. Debemos hacer de esa moderación y de ese autocontrol un requerimiento, un requisito, si me permiten, legal. Y para cumplir con este propósito estamos trabajando a nivel europeo, pero también les anuncio que vamos a reforzar, tanto desde el punto de vista material como desde el punto de vista personal, las capacidades del Centro para la Transparencia Algorítmica que la Comisión Europea, que el Gobierno europeo tiene localizado en la ciudad de Sevilla. Y, además, en las próximas semanas vamos a aprobar la designación de la Comisión Nacional de los Mercados de la competencia, la CNMC, como coordinador de servicios digitales y vamos a dotar de los recursos materiales y humanos para ejercer la supervisión de la actividad de las plataformas digitales.
Y, en tercer lugar, a ver, necesitamos que estos CEOs de las compañías no rehúyen el cumplimiento de sus obligaciones, como hacen los empresarios, como hace cualquier autónomo, como hace cualquier trabajador o trabajadora. Y que, cuando lo hagan, respondan con sus por los daños que provocan sus plataformas, con su responsabilidad. Debemos garantizar la responsabilidad personal en la era digital. Yo creo que es fácil entender que si el dueño de un restaurante es responsable del buen estado de la comida que sirve a sus clientes, estos tecnobillonarios, estos gigantes tecnológicos, también tendrán que responder de sus actos, ¿o no? ¿O es que acaso deben eludir las consecuencias del daño causado por sus algoritmos? Yo creo que no podemos permitir que quienes diseñan, quienes se benefician de estas plataformas, se desentiendan absolutamente del impacto que tienen en la sociedad. Porque la desinformación, el odio, el acoso pueden ser externalidades sin rostro. Porque en una democracia el poder sin rendición de cuentas no es compatible con la justicia.
Y, por tanto, para lograrlo estamos estudiando mecanismos que aseguren la responsabilidad legal de estos directivos respecto al funcionamiento de las plataformas, garantizando que puedan rendir cuentas judicialmente por la vulneración de derechos y de libertades que se pueda dar en estas plataformas.
Y el segundo frente debe ser el de impulsar la soberanía digital y tecnológica. Tanto la Comisión Europea como nuestro país, España, está avanzando en esa dirección. Europa, evidentemente no puede depender de otros para definir su futuro digital. Yo creo que la soberanía tecnológica no es solo una cuestión de competitividad económica -que lo es y siempre lo centramos en ello-, es también una cuestión de seguridad, de derechos, de autonomía estratégica y, por tanto, no podemos permitir que nuestros datos, que nuestras infraestructuras, que nuestras comunicaciones queden en manos de potencias extranjeras o de empresas sin ningún tipo de control democrático.
Por tanto, necesitamos invertir en innovación, desarrollar nuestras propias tecnologías, también nuestras propias infraestructuras, reforzar el marco regulatorio que proteja los derechos y las libertades de nuestros ciudadanos… en definitiva, la democracia en Europa. Y yo creo que Europa está en condiciones de liderar esta transformación digital con reglas claras, con valores firmes y con una ambición de ser referencia mundial en tecnología ética y responsable. Yo creo que debemos desarrollar navegadores propios; redes sociales, públicas y privadas, europeas; servicios de mensajería que usen protocolos abiertos... En fin, no estoy hablando de metas inalcanzables, al contrario, tenemos ejemplos recientes que, con recursos y talento, demuestran que se puede entrar en esa carrera. Y con ese espíritu vamos a defender en la Comisión Europea y en el Parlamento Europeo que la elaboración de un Plan de inversiones sea una realidad para el fomento de las infraestructuras público-privadas.
Y desde España, evidentemente ya estamos desarrollando una infraestructura nacional digital. La conocen ustedes bien. Este mismo mes hemos puesto en marcha el primer modelo 'Alia', que es la nueva familia de Inteligencia artificial en español y en las lenguas cooficiales. Y, además, ya estamos movilizando 150 millones de euros para acelerar la adopción de la inteligencia artificial en las empresas españolas (20 millones de esos 150 se van a destinar en aplicaciones y en desarrollo de la inteligencia artificial de pequeñas y medianas empresas).
Concluyo con algo que ha dicho antes la secretaria general de la Fundación Hermes, y que me parece muy importante porque estos no son palabras, son hechos. España ha sido uno de los primeros países en el mundo, yo creo que el primero, en contar con una Carta de Derechos Digitales que elaboramos de manera participativa durante el año 2020, en plena pandemia. Un texto que fue pionero, vanguardia, referencia de debates posteriores que se produjeron en la Unión Europea -también en la comunidad iberoamericana- sobre la regulación de la tecnología, con un enfoque centrado en las personas, y una auténtica fuente de inspiración para la Declaración Europea sobre Derechos y principios Digitales, y también las diferentes directivas en la materia que antes ha relatado el ministro. Así como -y quiero en esto también reconocer el trabajo de la Fundación Hermes- la Carta Iberoamericana de Principios y Derechos en Entornos Digitales, adoptada en el año 2023.
¿Qué quiero decir con esto? Que nos avala una trayectoria de liderazgo europeo y también multilateral (en el ámbito también de Naciones Unidas hemos participado y hemos financiado el debate sobre la regulación de la inteligencia artificial) en lo que es la transformación digital con valores democráticos. Y creo que, en ese sentido, el Observatorio de Derechos Digitales comparte esa misma filosofía: Que estos derechos sean reales, sean tangibles, sean efectivos en la vida de todas las personas. Y hacerlo, además, desde la colaboración público-privada, porque no puede ser de otra manera, con la participación tanto del mundo académico como del mundo empresarial, la sociedad civil y, por supuesto, las instituciones públicas.
Hoy, señoras y señores, he querido compartir una reflexión que va más allá de los propósitos de este foro. He querido plantearla precisamente aquí y ahora, porque estamos ante un momento decisivo, decisivo, que nos obliga a elegir entre dos alternativas que son muy claras: O seguimos el rumbo que marcan otros y nos dejamos llevar por la corriente, o asumimos el liderazgo para definir una nueva manera de entender, de diseñar y de construir tecnología. Yo creo que nosotros tenemos que optar por esta última vía. Ser dueños, en definitiva, de nuestro propio destino.
Gracias
(Transcripción editada por la Secretaría de Estado de Comunicación)