Teatro Real, Madrid
INTERVENCIÓN DEL PRESIDENTE DEL GOBIERNO, PEDRO SÁNCHEZ
Muchas gracias y buenas tardes, ya casi noches.
Me vais a permitir que me salte el protocolo y me dirija a vosotros como amigos y amigas. Y gracias Gregorio por acoger este homenaje a un hombre bueno, a un hombre sabio, a una gran persona como fue nuestro amigo Jerónimo.
Nunca es fácil hablar de la pérdida de un amigo -y, además, hacerlo después de la elocuente intervención de Marta-, porque, evidentemente, hay que aprender primero a recordarlo desde ese tiempo que se sitúa ya después de su ausencia.
Y esta tarde, mientras escuchaba a las demás personas que han intervenido en este acto, mientras sonaban también las piezas que se han interpretado, han vuelto a mí los buenos momentos compartidos y las conversaciones que mantuve también con Jerónimo.
Pero creo que todas y todos los que nos hemos reunido hoy aquí, en este templo de la música que es el Teatro Real de Madrid, creo que debemos celebrar y homenajear con alegría la intensa vida de Jerónimo Saavedra. Pienso, además, y no me equivoco, si digo que él lo hubiera querido así y, también, que lo hubiera querido aquí, como patrono de esta casa y como gran melómano que era. Sobre este escenario en el que se han representado los mejores libretos de ópera, ese género que él tanto admiraba y que quiso además popularizar para que todo el mundo pudiera disfrutar de sus grandes representaciones.
Jerónimo y yo nos conocimos en 2005, hace casi 20 años, a través de otro compañero que también extrañamos, que es Pedro Zerolo, en un curso que Jerónimo estaba impartiendo entonces en la Universidad Complutense de Madrid. Nos hicimos amigos y, desde entonces, siempre escuché con atención sus opiniones, a veces favorables, las menos, y a veces, las más, también críticas.
Porque Jerónimo tenía algo muy brillante y muy valioso para mí en su forma de entender y también de vivir la vida, y es que las comprendía bajo una sola bandera que era la del progreso a través del humanismo -que aquí se ha mencionado- y la cultura, porque eso era sobre todas las cosas que fue, que fueron muchas, lo que mejor le definía. Jerónimo fue un humanista, como aquí se ha dicho por parte de Alberto y de Carmen, alguien que creía que el conocimiento y el saber ponen por encima de cualquier otra cuestión las virtudes y los valores humanos que consiguen ofrecer lo mejor de nosotros mismos, y que esos valores desembocan siempre en más igualdad, en más libertad, en más dignidad y en más tolerancia.
Él nos dejó muchas cosas, pero nos dejó una enseñanza que no debemos olvidar y es que con educación y con cultura progresan las sociedades porque progresan los miembros de esas sociedades.
Tenemos una larga lista de lecciones que agradecer a Jerónimo y a las que rendir homenaje. Aquí se ha dicho. Como político comprometido con el socialismo, por supuesto, por sus largos años de servicio público, acometiendo muchas y variadas responsabilidades, y por su contribución al desarrollo del título 8.º de nuestra Constitución al Estado de las Autonomías.
Se han glosado muchas cosas en estos días desde su fallecimiento y algo que me parece importante es que Jerónimo transitó por los tres niveles de gobierno que configuran nuestro marco constitucional: el estatal, el autonómico y el local. Y en todos ellos dejó su impronta, integridad, compromiso con la democracia, con el interés general y una enorme sabiduría.
Pero también quiero hoy, con estas palabras, recordar su valentía, su humanidad, en tiempos en los que ser valiente no era tan sencillo. Me refiero, por supuesto, a su lucha por la visibilización y los derechos del colectivo LGTBI, cuando todavía ni siquiera se había aprobado en nuestro país la ley de matrimonio entre personas del mismo sexo.
Lo contó él mismo -aquí se ha referido- en el prólogo de un libro en el año 2001. Un día, a primera hora de la mañana, dos agentes de la Guardia Civil llamaron a la puerta de su casa en Mazo, en la hermosa isla de La Palma, donde vivía, y le comunicaron que su compañero Sebastián había perdido la vida volviendo a casa.
Horas después pidió a los hermanos de su pareja que pusieran su nombre en el obituario. Nadie le preguntó y él tampoco explicó el por qué. No hizo falta. Fue una necesidad surgida espontáneamente.
Así lo decía el propio Jerónimo. Y ese cambio de actitud tras la muerte de Sebastián fue para él una pequeña victoria. Hoy sabemos que aquello fue una victoria casi colectiva. Él mismo explicaba que era un reconocimiento a la autenticidad y a la coherencia entre lo que se piensa y lo que se vive.
Este no fue un gesto menor, ni tampoco anecdótico, y por eso quiero pararme en él, porque no es un detalle pequeño de su biografía. Gracias a ese paso hacia la coherencia que reconoció como algo natural, fueron muchas las personas que pudieron seguir su estela, también políticos. Y los jóvenes lo vieron como un símbolo de respeto a la dignidad de la diversidad.
Y esa lealtad hacia sí mismo fue una manera de trascender desde lo íntimo, desde lo privado a lo público, de abrir camino a otros -y a otras- como un acto de responsabilidad al que nos corresponde seguir contestando desde el presente con más igualdad, con más libertad y, sobre todo, con más derechos civiles; protegiendo aquellos que han sido lógicamente conquistados y, por qué no, también expandiéndolos y ampliándolos.
En fin, Jerónimo, amigos y amigas, deja un legado inmenso para los que nos dedicamos a la política. Y también, lógicamente -de eso sabéis vosotros mucho más que yo- para la cultura, porque se convirtió en un mecenas -aquí se ha dicho por parte de Alberto- de las Artes, y para muchos jóvenes creadores que se acercaron a él en un referente de muchas cosas, pero sobre todo de generosidad y de bondad.
También fue responsable del gran impulso a la educación y a la cultura canarias, donde, entre otras muchas acciones, en 1985 -aquí se ha dicho por parte de Gregorio- creó el Festival Internacional de Música. Por allí pasaron los mejores directores y solistas, nombres como Barenboim, Kraus, Rostropovich y otros tantos que con seguridad también actuaron en estas tablas que hoy le rinden homenaje. Porque si algo apreciaba era la capacidad de la música y la escena como vía de apertura, más allá de los límites marítimos de sus queridas Islas Canarias.
En fin, para mí fue un honor ser su amigo. No tanto como muy probablemente lo fueron muchos de los que estáis aquí presentes, pero fui, creo, su amigo y fue un gran placer compartir nuestro tiempo y el de nuestras familias. Poder hablar de política o de cultura, porque su palabra, su buen tono, su buen humor -tenía un buen sentido del humor-, su conocimiento de las artes y también del Partido Socialista, en el que ambos militábamos, convirtieron esos pequeños momentos en hermosos recuerdos que guardaré siempre conmigo.
Y hoy, como presidente del Gobierno, como compañero y, sobre todo, como una persona que vive como todos vosotros y vosotras este vertiginoso siglo XXI, me quedo con esas lecciones involuntarias que nos dejó, siempre desde la humildad. Lecciones extraordinarias de un hombre bueno y sabio. Porque nos van a ayudar, y mucho, a no equivocarnos para situarnos siempre del lado de las cosas que hoy parecen no son tan evidentes como son los Derechos Humanos, la libertad, el respeto, la educación, el diálogo... comprendernos, en definitiva, para levantar sociedades cada vez más libres y más justas. Para mantener lo que he dicho antes, la coherencia entre lo que pensamos y cómo vivimos.
Le vamos a echar mucho de menos.
Gracias.
(Transcripción editada por la Secretaría de Estado de Comunicación)