Ateneo de Madrid
Es, querido presidente del Ateneo, un honor el poder compartir en este foro y ante todos ustedes, un homenaje bien sentido a la figura de don Francisco Tomás y Valiente, a su familia, que está presente en la mesa, y, también, entre el público, les agradezco mucho la oportunidad y el honor, también, que me dan de poder dirigirme a todos ustedes para reivindicar su testimonio y su figura.
ETA asesinó 858 personas. Cada una de esas personas era única e irrepetible. Y cada uno de sus crímenes, por lo tanto, eran un acto de degradación moral insoportable. Pero algunos de aquellos crímenes tuvieron un significado especial. Porque además de asesinar a un ser humano, se intentaba con ello destruir simbólicamente lo que esos seres humanos representaban.
Gregorio Ordóñez, Miguel Ángel Blanco, José Luis López de la Calle, o Ernest Lluc, entre otros, por citar a algunos que, seguro, permanecen en nuestra memoria, conmocionaron al conjunto de la ciudadanía española, poque a través de ellos se estaba atentando expresamente contra la voluntad de diálogo, contra la política, contra la libertad de expresión, y contra todo lo bueno que nos define como sociedad.
En 1988 tuve la inmensa suerte de poder trabajar en el Parlamento Europeo junto a Bárbara Durco, que en 1984 había perdido la pérdida brutal de su marido, el senador socialista Enrique Casas. Bárbara me enseñó muchas cosas, pero quizá la más importante fue que a la violencia nunca se le combate con resentimiento. Bárbara jamás confundió el dolor íntimo con el comportamiento político. Nunca sintió la tentación de anteponer su mirada de víctima a su mirada como política.
Esa lección va, incluso, más allá de la violencia. Es una lección para los políticos y para las políticas. Muchas veces he recordado a Bárbara Durco, cuando he tenido que enfrentarme a situaciones políticas en las que estaba emocionalmente comprometido. Y, con ello, no quiero reivindicar la extirpación de las emociones de la política. ¡Faltaría más!, porque la política tiene que conservar siempre la pasión.
Pero sí quiero reivindicar con emoción, la serenidad, la inteligencia, la mirada crítica y la perspectiva. Ese es nuestro mejor trabajo como representantes políticos. Eso es lo que aprendí de Bárbara y de personas como Kiko Tomás y Valiente que comparte con nosotros este homenaje a su padre. Y eso es lo que, en cualquier circunstancia, trato de recordar siempre que, a la sinrazón sólo se le combate, con razón; a la agresividad, sólo se la combate, con razón. A la mentira, solo se le combate, con razón. Ese es el territorio de la democracia, la razón.
Francisco Tomás y Valiente fue un hombre extraordinario. Aquí se ha esbozado por parte de los intervinientes que me han precedido, y estoy convencido de que así va a quedar reflejado en el conjunto de intervenciones que me van a seguir. Quienes les conocieron personalmente y compartieron con él los distintos espacios de su vida dan testimonio unánime de ello.
En esta semana en la que también se cumple el 80 Aniversario de la muerte de Antonio Machado, -y José Manuel lo ha hecho también en su intervención- creo que se puede decir de Francisco Tomás y Valiente que fue un hombre, en el buen sentido de la palabra, bueno. Y ser bueno, en el buen sentido de la palabra es la mayor virtud política que se puede tener.
Francisco Tomás y Valiente no se convirtió en un mártir, ni en una víctima, se convirtió en un ejemplo de conducta, y en un ejemplo de pensamiento crítico.
El año pasado, su nieto de 18 años, que se llama también Francisco y que estudiaba en el Ramiro de Maeztu, recibió un premio extraordinario por su trayectoria académica. Al recibirlo dijo lo siguiente: "La prioridad no podemos ser aquellos que obtenemos resultados considerados como excelentes. La prioridad tiene que ser aquellos que tienen más dificultades". Y dijo también: "No sólo son excelentes aquellos que obtienen óptimos resultados, sino muy especialmente quienes consiguen progresar desde circunstancias menos ventajosas, en ocasiones, con problemas familiares, aprietos económicos o con dificultades de aprendizaje".
Francisco nació cuando ya habían asesinado a su abuelo. No le conoció, en consecuencia, nunca. Pero esas palabras eran de él, las habría aprendido, estoy convencido de él. De su generosidad, de su ejemplo, de sus preocupaciones, de su compromiso social, de su conciencia política, del legado que nos dejó a todos los españoles y españolas, pero que dejó de forma más directa a sus familias, a sus seres queridos, a sus alumnos y a quienes le conocieron de cerca.
Nunca estamos bien, si los que están a nuestro alrededor no están bien. Eso es lo que nos enseñó Francisco Tomás y Valiente y repitió, en este testimonio, su nieto.
Se ha recordado muchas veces esa frase que escribió poco antes de ser asesinado: "Cada vez que matan a una persona, nos matan a todos un poco", decía Francisco Tomás y Valiente. En él esa afirmación valía también para los muertos en vida, para los que sufren persecución, para los que se enfrentan a dificultades extremas, para los que carecen de lo más básico. Cada vez que humillan a una persona, o cada vez que segregan a una persona, o cada vez que condenan a una persona a la miseria, nos humillan, nos segregan y nos condenan a la miseria a todos un poco.
Una Constitución, como la Constitución Española de 1978 hecha para la concordia y para el progreso, es la carga básica de ciudadanía. La ley que ampara a los débiles frente a los poderosos, la que establece derechos inalienables. La que diseña el espacio de la convivencia pública, que es nuestro país. Es la apuesta que hace un país por la libertad, por la igualdad, y por la fraternidad, como principios rectores de nuestra convivencia, y a los cuales también ha reivindicado el presidente del Ateneo, como legado y testimonio de la Revolución Francesa.
Por eso, Francisco Tomás y Valiente fue un gran presidente del Tribunal Constitucional por sus indudables cualidades jurídicas, de las que, sin duda, hoy se va a hablar sobradamente, pero sobre todo, por su espíritu de conciliación y de justicia. Por su ánimo insobornable que estuvo siempre más allá de los intereses particulares y de las componendas; por su, en definitiva, honestidad intelectual.
Francisco Tomás y Valiente engrandeció el valor de la Constitución Española. Y esto creo que es importante reivindicarlo hoy. Y es bueno que lo recordemos ahora, cuando más necesitamos personas como él, como bien comentaba antes José Antonio. Personas que estén por encima de la disputa, del ruido. Personas que sepan inspirar acuerdos. Personas que representen la justicia como idea superior, como bien social y la concordia, tan importante.
A Francisco Tomás y Valiente lo mataron por todo eso, por representar a una sociedad optimista, tolerante y abierta. Y yo quiero decir hoy aquí, que le echamos de menos. Que le echamos mucho de menos. Porque aunque aquellos que le mataron ya han aceptado que era él quien tenía razón, vivimos tiempos difíciles y sufrimos conflictos que necesitan personas como él, personas buenas, en el sentido machadiano; personas lúcidas y personas honestas.
Gracias.
(Transcripción editada por la Secretaría de Estado de Comunicación)