Discurso del presidente del Gobierno en la clausura del foro "Europa: próximas etapas", del Instituto de Gobernanza

28.5.2013

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París

Señoras y señores,

Quiero que mis primeras palabras sirvan para agradecer a Nicolás Berggruen su amable invitación a estar con ustedes aquí, esta tarde, y también para felicitarle por su compromiso entusiasta con la reflexión y el debate sobre Europa. El Instituto de Gobernanza, que preside, se ha consolidado en poco tiempo como una referencia de seriedad y de trabajo bien hecho, y por eso le doy la enhorabuena.

Este seminario es buena muestra de ello, tanto por sus participantes, como por los temas tratados. Han surgido de aquí interesantes reflexiones y propuestas que, sin duda, contribuirán a la superación de esta crisis, una de las más agudas a las que nos hemos enfrentado en Europa.

Señoras y señores,

Paris, la ciudad que nos acoge, ha sido el escenario donde han visto la luz grandes páginas de la historia. Destacaré, por lo que ahora nos importa, la que se escribió hace 63 años, también en un mes de mayo, cuando Robert Schuman, a la sazón ministro de Asuntos Exteriores de Francia, pronunció aquella célebre Declaración llamada a convertirse en el punto de partida del proceso de construcción europea.

"Golpe a golpe, verso a verso", por utilizar las palabras del poeta español Antonio Machado, la historia europea de estos últimos sesenta años ha logrado sellar la paz entre los enemigos de la víspera y arraigar en ellos el sentimiento de pertenencia a una comunidad de valores. Las sucesivas ampliaciones, desde los seis Estados fundadores hasta los veintiocho, con la próxima entrada de Croacia, son el mejor ejemplo de la superación de los conflictos en nuestro continente y de la voluntad de compartir, cada día más, ese destino común que hemos escogido.

Sin embargo, esta valoración del proyecto europeo como garante del mayor --del mayor-- período de paz y prosperidad de la historia de Europa se está agotando y es saludable reconocerlo. Nuestros jóvenes --muchos de ustedes, la mayoría-- han crecido en una Europa en la que la guerra, protagonista reincidente de nuestra historia durante siglos, no se percibe como una amenaza. Incluso conquistas históricas como la libertad de circulación, la desaparición de fronteras físicas, la moneda común o los derechos de ciudadanía europea se dan por supuestas.

En mi país, en España, que sigue íntimamente vinculado al proyecto europeo, éste ejercía un magnetismo que arrastraba a toda la sociedad y que se fundaba en el atractivo de la libertad, la democracia y la prosperidad. Sin pretender decir que este magnetismo se haya difuminado, lo cierto es que el tiempo y las circunstancias han cambiado. Es necesario renovar el proyecto para asegurarle vida, vigor y trascendencia en un siglo XXI que se configura sobre nuevos desafíos y nuevos paradigmas de desarrollo.

Por ello tenemos la obligación de hacer todo lo necesario para que nuestros conciudadanos vean en la Unión Europea una contribución esencial a la solución de sus problemas del presente y un ilusionante proyecto de futuro. Y debemos actuar ya, porque el mundo piensa continuar girando sin esperar a que Europa resuelva sus problemas.

Queridos amigos,

Europa se enfrenta a dos crisis muy relacionadas la una con la otra: una crisis económica, cuya expresión más clara es el desempleo y la caída de la actividad --somos el único continente, el único, que ha sufrido una doble recesión durante esta crisis financiera internacional--, y una crisis política reflejada en la desafección de la ciudadanía, la desconfianza y el desapego al proyecto de unificación europeo. Los responsables políticos tenemos la obligación de resolver ambas crisis.

Y desde esta base de partida, permítanme que comparta con ustedes una serie de reflexiones sobre lo que estamos haciendo y una serie de propuestas sobre lo que pienso que debemos hacer.

Queridos amigos,

Hace casi un año por estas fechas, remití una carta a los presidentes del Consejo Europeo y de la Comisión donde esbozaba mi visión sobre la tarea que todos los Gobiernos europeos teníamos por delante. Se trataba de exponer las estrategias que, tanto a escala nacional, cada uno en su país, como a escala europea, deberíamos poner en marcha entre todos para lograr superar la crisis actual; una crisis agravada por errores e indecisiones, tanto por parte de las autoridades nacionales, como de las comunitarias, a la hora de aplicar reformas. El resultado ha sido que nos hemos encontrado con economías poco flexibles para afrontar los retos de la Unión Monetaria y con un diseño de la misma con importantes deficiencias que es preciso corregir.

Sugería en mi carta cinco líneas de actuación y reformas, dos a nivel nacional, de cada país, tres a nivel europeo:

  • La primera, consolidación fiscal,
  • La segunda, reformas en el ámbito de cada uno de los Estados nacionales,
  • En tercer lugar, reformas en el marco de la Unión Europea para reforzar el mercado interior,
  • En cuarto lugar, asegurar la financiación de nuestras economías y
  • Y, en quinto lugar, reforma del diseño de nuestra Unión Económica y Monetaria, mediante una mayor integración bancaria y fiscal.

Pues bien, un año después estamos, sin duda, mejor que entonces:

  • Ha pasado ya lo peor de la crisis.
  • Nadie pone en duda la irreversibilidad del euro,
  • Y las tormentas monetarias han amainado.

Se trata de avances importantes, sin duda, pero que no deben arrastrarnos a ningún tipo de complacencia, porque nos queda todavía mucho por hacer.

En las medidas de ámbito nacional, la consolidación fiscal y las reformas estructurales, se ha avanzado con decisión. En mi país, en España, en un año hemos conseguido reducir nuestro déficit público en un 3,5 por 100 del Producto Interior Bruto, en términos estructurales primarios, algo sin precedentes entre los países de la OCDE, y ello en un contexto de recesión económica y con las condiciones de financiación más duras que se recuerdan.

Nosotros estamos decididos a seguir reduciendo el déficit hasta cumplir nuestro compromiso, nacional y europeo, de lograr el equilibrio estructural de nuestras cuentas públicas.

Y, sí, es cierto que me he visto obligado a adoptar decisiones tan dolorosas, como inevitables. No lo señalo por la impopularidad que esto acarrea, sino para que todos seamos conscientes de que los ciudadanos necesitan percibir que los sacrificios que la integración europea exige tienen contrapartidas palpables en un plazo breve.

La estabilidad presupuestaria, en mi opinión, es un requisito para el crecimiento y la prosperidad. Su beneficio más claro, en condiciones normales, es la mejora del acceso al crédito y su abaratamiento. Esto es así en circunstancias normales pero, cuando la Unión Monetaria está fragmentada y la política monetaria tiene cegadas sus vías de transmisión, y se hacen tan evidentes las deficiencias institucionales del euro, también se ralentizan de forma exasperante los efectos beneficiosos de esa política de estabilidad.

La lógica, en estas circunstancias, nos impone la moderación del ritmo de consolidación fiscal para adaptarlo a la realidad existente. Es una propuesta que compete a la Comisión Europea y que afecta a todos los países de la eurozona. Si la Comisión, en muy pocas fechas, decide proponer ya formalmente al Consejo unos tiempos distintos a los inicialmente pactados para la necesaria consolidación fiscal, apoyaremos esta propuesta. Lo principal es el compromiso con el objetivo de estabilidad; los plazos son elementos que deben adaptarse a las circunstancias de excepcionalidad financiera y recesión en las que nos encontramos, tal y como está previsto en el propio procedimiento de déficit excesivo.

Señoras y señores,

En España hemos realizado importantísimas reformas estructurales; entre otras muchas, la reforma laboral o la reestructuración de nuestro sistema financiero. Y las hemos adoptado, no sólo por nuestro compromiso europeo y nuestra voluntad europeísta, sino porque tenemos la convicción de que en un mundo abierto y competitivo, y dentro de la Unión Monetaria, si queremos ser capaces de preservar nuestro modelo social y la prosperidad de nuestros ciudadanos, cualquier otra opción es una quimera.

Estas medidas nos están permitiendo corregir algunos de nuestros más importantes desequilibrios macroeconómicos, aparte del déficit público ya mencionado:

  • La inflación en España está en mínimos históricos y se reducirá este año hasta el 1 por 100.
  • Estamos ganando competitividad aceleradamente. Los costes laborales unitarios españoles muestran un comportamiento excepcional.
  • Hemos pasado de un insostenible déficit exterior de más del 10 por 100 del PIB hace sólo unos años a un superávit que este año superará el 2,5 por 100.
  • Por primera vez en más de cuarenta años hemos logrado una balanza comercial equilibrada, además de un gran superávit en servicios, gracias al aumento sostenido de nuestras exportaciones, que se ha producido a pesar de la recesión que muestra la economía de nuestros principales clientes.
  • Nuestro sistema financiero ha realizado este año un esfuerzo de saneamiento sin precedentes, más del 7 por 100 del PIB, lo que sitúa a nuestras entidades entre las más capitalizadas del continente.

Queridos amigos,

Al ser España el país con la tasa de desempleo juvenil más alta, es comprensible que no estemos dispuestos a perder ni un minuto en combatirlo. Nuestros jóvenes necesitan empleo y ayudarles a encontrarlo es la mejor política social que hoy se puede hacer.

Por ello me parece especialmente importante la reforma y adaptación de nuestros sistemas de educación y formación profesional. Mi Gobierno ha remitido a las Cortes, hace una semana, un Proyecto de Ley para la mejora de la calidad educativa.

Además, el pasado viernes aprobamos un Proyecto de Ley de apoyo a los emprendedores y su internacionalización. Es una ley muy ambiciosa de estímulo a la creación de empresas, su fiscalidad, su financiación y su expansión internacional; una ley que completa las medidas aprobadas hace un par de meses de apoyo al emprendimiento y al empleo joven.

Yo quiero decir aquí que nosotros continuaremos en esta dirección reformista, incluso cuando, más pronto que tarde, se empiecen a cosechar los frutos de estas iniciativas.

Señoras y señores,

Dejemos a un lado ya los detalles de la contribución española para poner nuestra atención en las instituciones europeas. Voy a decirles lo siguiente e intentaré ser claro y equilibrado.

Es justo señalar que en el último año se han tomado decisiones importantes por parte de las instituciones europeas. Sin embargo, como les decía antes, Europa es la única región del mundo que no crece, es la única. Llevamos seis trimestres en recesión y es normal que la gente se pregunte qué estamos haciendo mal. Mi respuesta quiere ser contundente: Europa debe hacer más, mejor, más rápido y de forma más eficiente.

Lo primero que necesitamos es cumplir y aplicar lo que ya está acordado y decidido, algo que parece elemental pero hay que hacerlo: convertir las "solidaridades de hecho" en "certezas de derecho". Convertir los renglones de las Conclusiones de los Consejos Europeos en compromisos creíbles y verificables. Ser serios significa cumplir lo acordado.

Hace casi un año --estoy seguro de que el señor Monti lo recuerda-- la Eurocumbre del mes de junio adoptó decisiones trascendentales, tanto sobre el diseño de la Unión Económica y Monetaria, como para relanzar el crecimiento y el empleo. Se dieron los primeros pasos para la creación de la Unión Bancaria y la Unión Fiscal, complementos indispensables para afianzar la Unión Monetaria. Se propuso avanzar mucho más en la Unión Económica para homogeneizar el comportamiento de nuestras economías y aumentar su eficiencia, y todo ello no podría hacerse sin profundizar sustancialmente en la Unión Política.

Pues bien, esta mayor integración ha sido plasmada por el documento de Herman van Rompuy y los otros tres presidentes de la Comisión, Banco Central Europeo y Eurogrupo, la llamada "Hoja de Ruta", documento que tuvo aportaciones muy importantes de muchos de los que estábamos allí.

Además, en esa Eurocumbre se acordó reforzar los mecanismos de provisión de liquidez para reducir la fragmentación financiera de la zona euro y tomar medidas para romper el círculo vicioso entre instituciones financieras y deudas soberanas.

Un año después es justo reconocer los avances que se han producido, pero no es suficiente, y el próximo Consejo Europeo de finales de junio es crucial y decisivo para mostrar que la Unión Europea cumple con lo acordado y es capaz de ejecutarlo de forma eficaz.

En este sentido, el test de credibilidad de la Unión Europea en el próximo Consejo Europeo será la Unión Bancaria; éste es el test de credibilidad. La reciente crisis de Chipre, que, a pesar del reducido peso relativo de su economía, desestabilizó hace pocos meses la Eurozona, nos ha vuelto a recordar la importancia y la urgencia de este objetivo. Yo les aseguro a ustedes que la crisis chipriota no se habría producido si en la Eurozona existiera la Unión Bancaria.

Pues bien, en diciembre pasado aprobamos el diseño de la supervisión única y su entrada en vigor para marzo de 2014. Esta fecha no admite retrasos. Primera propuesta.

Segunda, es urgente avanzar en la rápida adopción de la Directiva de resolución de entidades de crédito y el sistema de recapitalización directa de los bancos. Segunda propuesta para el mes de junio.

Tercera, para final de año deberemos acordar el mecanismo único de resolución y es mi deseo, compartido con muchos otros, acordar las bases y las fechas de un futuro sistema de garantía común de depósitos, de un fondo de garantía de depósitos europeo.

Respecto a la Unión Fiscal, los avances han sido excesivamente tímidos. Prácticamente no hemos avanzado nada de lo propuesto en la "Hoja de Ruta" hace un año.

Algunos temen que Europa pueda convertirse en una "unión de transferencias", en la que los llamados países ricos se vean obligados a utilizar el dinero de sus contribuyentes para financiar a sus socios menos prósperos. Pues bien, permítanme decirles dos cosas que, a lo mejor, a algunos les puede sorprender: en primer lugar, la contribución de, por ejemplo, España a los rescates de Grecia, Portugal, Irlanda y Chipre es proporcionalmente mayor que la de los llamados países ricos, ya que éstos se financian a tipos menores y el esfuerzo que realizan es sensiblemente inferior al nuestro. Aun así, lo hacemos, porque para nosotros es imprescindible el sostenimiento del euro. Y, en segundo lugar, la Unión Fiscal no trata de transferencias, sino de ofrecer seguridad, de cubrir mejor los riesgos. Son los países de menor tamaño los que peor parados han salido de esta crisis, porque tenían menor capacidad de cubrir contingencias financieras o fiscales.

Necesitamos, pues, sistemas de cobertura de alcance continental, incluido algún tipo de deuda común europea, y sistemas de compensación de "shocks asimétricos", especialmente aquellos que provienen de los efectos diferenciados que produce la política monetaria.

Otro tema. No podemos dejar atrás tampoco la Unión Económica. Cuanto más integrados estén nuestros mercados y más abiertas nuestras economías, habrá menos problemas, surgirán menos situaciones diferenciadas difíciles de resolver y seremos más eficientes. Necesitamos más integración en sectores clave como la banca minorista, los servicios, las telecomunicaciones o la energía. El reciente Consejo Europeo de mayo sobre energía y fraude fiscal me permite a mí decir que, de vez en cuando, conviene actuar con más contundencia y no quedarse sólo en el impulso político.

Sí quiero decir, sin embargo, que donde estamos iniciando un camino más decidido, que puede transformar nuestras economías para mejor, es en el comercio exterior. Las posibilidades que brinda un gran pacto transatlántico entre la Unión Europea y los Estados Unidos son enormes. Las cifras son elocuentes: la Unión Europea y los Estados Unidos son las dos economías más importantes del mundo, las dos: conjuntamente constituyen el 9 por 100 de la población mundial, pero representan el 50 por 100 del PIB mundial. Un acuerdo entre Estados Unidos y la Unión Europea aportaría un 2 por 100 de crecimiento económico y podría generar más de dos millones de empleos.

Dado el ya elevado nivel de apertura comercial en esta zona, estamos obligados a ser exigentes. Por eso yo no deseo un enfoque tradicional ni espero una "asociación de libre comercio" al uso, sino un enfoque muy ambicioso que constituya una clara muestra política de nuestra determinación. La disposición del presidente Obama es muy positiva y Europa no debería desaprovechar esta oportunidad.

Señoras y señores,

Voy a hacer ahora un breve comentario sobre la Unión Política y quiero comenzarlo con una afirmación: a largo plazo debemos pensar en una modificación de los Tratados. No creo que sea éste el momento de entablar el difícil ejercicio de reformarlos. Nuestros ciudadanos no comprenderían que sólo unos pocos años después de la entrada en vigor del Tratado de Lisboa, que tanto costó sacar adelante, nos embarcáramos ahora en negociaciones institucionales difícilmente justificables. Lo que esperan de nosotros son respuestas europeas rápidas y efectivas a la crisis. Y sólo cuando hayamos podido volver a la senda del crecimiento y el empleo podremos abordar esta tarea, a la vista de las necesidades que vayamos encontrando por el camino.

Creo, además, que con los Tratados existentes podemos hacer muchas más cosas. Para ello necesitamos que todas las instituciones, empezando por el Consejo Europeo, el Consejo de Ministros, el Parlamento, la Comisión y el Banco Central Europeo, sean conscientes de lo que demanda la gente y actúen con todos los instrumentos que les permiten los actuales Tratados.

Ahora debemos acompañar la construcción de una verdadera Unión Económica, Monetaria, Bancaria y Fiscal con un diseño y articulación de instrumentos que permitan dotar de legitimidad democrática a todo el proyecto.

Es preciso establecer una correcta articulación del control democrático del Parlamento Europeo y de los Parlamentos nacionales sobre las instituciones europeas, particularmente sobre la Comisión Europea. Eso es tanto más preciso cuanto más se avance en la transferencia de poderes y competencias en el marco de la integración fiscal y económica.

A medida que vayamos avanzando en la integración, descubriremos las costuras institucionales que no soportan la presión de la realidad. Será entonces, una vez reconciliados los ciudadanos europeos con el proyecto de integración, cuando podamos abordar de nuevo una reforma institucional de calado, a través de una Convención, con la participación de Gobiernos, Comisión y Parlamentos.

Señoras y señores,

En otro orden de cosas, y yendo más a asuntos más concretos y para el día de hoy, es crucial que la Unión Europea lance mensajes y tome decisiones que sean apreciadas positivamente por la gente. Debe ocuparse y resolver, con todos los medios e instrumentos a su alcance, los problemas que preocupan realmente a los europeos.

Jean Monnet, el gran hombre en la sombra de aquellos primeros balbuceos europeos, repetía una frase que me parece muy atinada y que quiero recordar hoy aquí: "Nosotros --decía Monnet-- no coaligamos Estados, unimos personas". Por ello, creo que hay dos temas de los que debemos ocuparnos inmediatamente, porque han de ser decisivos para tener un impacto positivo en el crecimiento y la creación de empleo, que es lo que hoy demandan, de verdad, los ciudadanos. Y esto lo podemos hacer en el próximo Consejo Europeo de junio, en el próximo.

La primera de estas actuaciones debe tener por objeto las pequeñas y medianas empresas. En Europa hay veinticuatro millones de parados, pero también hay veinticuatro millones de pequeñas empresas. Sobre esto se han hecho muchas propuestas y se ha hablado mucho; pero yo creo que toca concretar y yo voy a concretar. La mejor manera de atajar el paro es facilitar la financiación de los proyectos de estas empresas. Para ello, creo que el Banco Europeo de Inversiones puede desempeñar un papel capital. Hace un año --fíjense ustedes, hace un año-- acordamos en el Consejo Europeo de junio la recapitalización del Banco Europeo de Inversiones en diez mil millones de euros. Esto se está materializando, pero es preciso aprovecharlo bien.

Creo que la ayuda a las pequeñas empresas puede canalizarse a través del Banco Europeo de Inversiones por medio de tres vías y creo que es importante que se haga, porque las instituciones tienen que ocuparse de los problemas reales y de los que más siente la gente:

  • Primera propuesta, triplicar el volumen anual de financiación, desde los diez mil millones de euros que se destinan hoy, hasta los treinta mil millones, y así alcanzar una impronta relevante a escala europea.
  • Segunda propuesta, incrementar la capacidad del Banco Europeo de Inversiones para otorgar a los bancos comerciales garantías de alta calidad sobre las carteras de nuevos préstamos a las pequeñas empresas. Se trata de aminorar su consumo de capital y favorecer su movilización en el mercado mediante titulización de activos que alcancen un nivel suficiente de "rating". Es decir, con esto lo que se conseguiría es aumentar el crédito a las Pymes.
  • Tercera propuesta, desarrollar un programa de ayuda al comercio para permitir el acceso de las empresas europeas a los procesos de licitación internacionales y facilitar el crédito a la exportación. Esto es muy importante, porque hoy hay empresas europeas que van y acuden a licitaciones fuera de Europa y no les vale la garantía de un banco europeo, por importante que sea. Oigan, que actué el BEI. Y esto es algo que, paradójicamente, estamos nosotros, los europeos, ayudando a que se haga fuera de Europa, con nuestras aportaciones a los bancos de desarrollo, y no lo practicamos en nuestros propios países.

Yo creo que con estas tres propuestas la acción del Banco Europeo de Inversiones sería, sin duda, mucho más útil de lo que lo es hoy para el conjunto de los europeos.

Y ahora hoy a hablar poco, pero voy a hablar, del BCE. El Banco Central Europeo ha anunciado que estudiará las formas de facilitar el flujo de crédito a las pequeñas empresas, estancado por la fragmentación de los mercados financieros. Yo estoy de acuerdo. Con pleno respeto a su independencia, creo firmemente que el Banco Central Europeo puede y debe hacer más. El pasado 2 de mayo el presidente Draghi anunció --y bien hecho, al menos en mi opinión-- su deseo de iniciar un diálogo interinstitucional --así le llamó-- para tratar este asunto. Pues bien, yo creo que este diálogo debe empezar ya y desde aquí le manifiesto mi apoyo para iniciarlo cuanto antes.

La segunda de las medidas que propongo afecta al empleo juvenil. Yo también voy a hacer dos propuestas muy concretas, sólo dos porque creo que, al final, el empleo juvenil es también la consecuencia de la actividad económica, de las reformas estructurales y de muchas cosas; pero hoy creo que podemos hacer dos cosas. Éste es un tema capital.

La primera medida, y sin duda la más relevante, es la creación de un mecanismo que permita excluir, de forma temporal, las bonificaciones a las cotizaciones sociales para la contratación de jóvenes del cómputo del déficit en el procedimiento de déficit excesivo. Con esta actuación, sólo con ésta, permitiríamos una acción contundente e inmediata, con verdadera capacidad de incentivo a la contratación, porque bajaríamos las cuotas a la Seguridad Social y, lógicamente, eso facilitaría y yo creo que animaría a muchos a contratar.

La segunda medida que propongo es la utilización acelerada de los recursos de que ya disponemos. En el Marco Financiero de la Unión Europea, que aprobamos el pasado mes de febrero para los próximos siete años, hemos creado un fondo para impulsar el empleo juvenil dotado con seis mil millones de euros. Oigan, yo no creo que eso haya que gastarlo en siete años, porque seis mil millones de euros en siete años… Está muy bien, pero nosotros en España, que hemos sido uno de los impulsores de esta iniciativa, lo que queremos es que esto se ponga en marcha a la mayor celeridad posible y se pueda disponer de estos recursos también con la máxima rapidez..

Quiero decir, además, que desde España saludamos la iniciativa de la canciller Merkel de reunir en una conferencia especial a los ministros de Trabajo de los Veintiocho, el 3 de julio, en Berlín, con el fin de estudiar los mejores y más efectivos programas para impulsar el empleo juvenil. Esto es muy importante, pero es muy importante también tomar decisiones concretas en el Consejo Europeo del mes de junio.

Señoras y señores,

Ya voy terminando. Éstas son algunas de nuestras propuestas para el marco europeo. Son este tipo de medidas, con consecuencias tangibles en los problemas que más preocupan a la gente, las que debemos adoptar más rápidamente para reconciliarlos con Europa y para que Europa se reconcilie con el crecimiento del resto del mundo. Rapidez en la ejecución de los cambios acordados y nuevas reformas: éstas son las claves del éxito.

A golpe de crisis se ha escrito la historia de la Unión Europea a lo largo de sesenta años. Si aquellos fundadores visionarios no hubieran tenido la voluntad y la ambición de hacer realidad todos aquellos proyectos, hoy seguiríamos hablando de la "Europa del carbón y del acero".

Permítanme apuntar una idea que responde a una enseñanza de nuestra historia: cuando Europa ha logrado avances decisivos, lo ha hecho mediante un proceso dividido en fases, con una narrativa precisa y con unos plazos temporales igualmente concretos. Así logramos el acuerdo plasmado en el Acta Única y la consecución del euro, proyectos ambos en los que el protagonismo del señor Delors fue determinante. Pues bien, el mandato otorgado al presidente Van Rompuy va en esta dirección y España lo apoya con convicción y esperanza.

Y para lograr esos objetivos debemos actuar con una cualidad que también reclamaba Jean Monnet hace décadas: "pensar como europeos".

Concluyo, señoras y señores,

En una tarde como hoy, hace más de seis décadas, en esta misma ciudad de Paris, Robert Schuman anunció la más hermosa utopía del siglo XX. Mucho ha sido el camino recorrido desde entonces y mucho nos queda aún por recorrer. Pero, si perseguimos el objetivo último de una "Unión más estrecha entre los europeos", si utilizamos el método de las "solidaridades de hecho" y sabemos "pensar como europeos", estoy seguro de que haremos realidad las palabras de Lamartine cuando afirmaba que "la utopía no es más que una verdad prematura".

La respuesta está en nosotros, en nuestra acción y en nuestra ambición. Sólo necesitamos tres cosas: voluntad política, objetivos claros y cooperación estrecha. Trabajaremos juntos así, para que la respuesta sea, cuanto antes, una realidad tangible para todos los que viven, sueñan, trabajan y confían en Europa.

Muchas gracias.